
Si bien no genera la misma cantidad de secreciones gástricas como el perro del famoso experimento cuando escuchaba el metrónomo, al oír los pasos del cartero acercándose a su puerta su corazón se agita, sus pupilas se dilatan, sus manos tiemblan y ocasionalmente suelta un pequeño chorrito de pis debido a la emoción por recibir buenas noticias.
Teniendo como arma principal su timidez y como apoyo logístico a su rostro, Gutierrez siempre creyó firmemente en escribir extensas y bellisimas cartas para que estas crucen el atlántico y lleguen a las manos de su amada, que ella abra los sobre como si fuera una vikinga sumamente educada y se pierda en ellas por horas y horas.
Y que las aprenda de memoria, que las descubra nuevamente en cada lectura, que se sorprenda al leer entre lineas, y que ocasionalmente sienta, huela y respire el aroma a mar* que baña las costas por donde camina Gutierrez cada mañana pensativo.
*El aroma a mar se debió a que Gutierrez esa tarde comió tarta de atún y no pudo dejar de repetirla durante todo el día, incluso cuando lamia el sobre para cerrarlo.
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