
Recuerdenme contarles acerca de la vez que un viento gigantesco casi huracanado volo todas las obras de arte del mundo hacia una pequeña luna que rotaba lentamente y muy cerca.
Millones de pequeños japoneses se ofrecieron como reemplazo de las mismas.
Debo reconocer que algunos lo hacian incluso mejor que las originales, poniendo cara de momias y faraones, de periodos azules y de cuadros renacentistas.
Mis ojos nacieron desnudos.
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