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20.9.07


Cuento japonés:


Ori Zahago era un granjero muy humilde que trabajaba día y noche para que sus hijos puedan tener una educación aceptable y sopa de hinojo en la cena, aunque ellos preferían la de soja, por sus cualidades. Su esposa había muerto victima de una terrible enfermedad, así que él solo debía encargarse de mantener el equilibrio en la familia, encargándose de que sus hijos tengan una figura maternal (los días impares) y una fuerte figura varonil (los días pares) para que crezcan sin traumas.


Cierta tarde mientras cosechaba kiwis, escucho un ruido que le era familiar, a decir verdad era un hermoso canto que provenía de una ranita parada sobre una piedrita...asombrado por esa señal, la interpreta como una orden y abandona la cosecha, se encamina al pueblo en donde recluta a varios hombres para luego dirigirse a la capital e iniciar una revolución que derrocara al emperador actual, quedando él en esa posición. Por varios años dirige a su país de forma impecable, la economía y la cultura crecen en forma pareja, su ejercito es uno de los más poderosos del mundo y su equipo nacional de waterpolo logra un meritorio tercer puesto en los torneos regionales.


Cierta tarde mientras paseaba por su extenso jardín de girasoles, escucho un ruido que le era familiar, a decir verdad era un hermoso canto que provenía de una ranita parada sobre una piedrita...asombrado por esa señal, la interpreta como una orden y abandona su caminata iniciando velozmente los preparativos de la boda con esta ranita. Esto inicia la decadencia de su imperio, los gastos innecesarios, el lujo desmedido, la gula, la lujuria, la pereza, la ira, la envidia, la soberbia, comer helado y no convidar...casi todos los pecados capitales.


Tan solo días más tarde el emperador Ori Zahago murió bordeando la locura, mientras que la ranita hereda toda la fortuna y las posesiones materiales, como costosas obras de arte y cd`s que solo se consiguen en Japón.


Bueno, en realidad la ranita era una modelo en busca de fortunas, se llamaba Kate. Y no era Japón, era New York. Y Ori no era un humilde granjero, sino un importante empresario textil. Y no sabia artes marciales, tenia guardaespaldas. Y a los hijos ni los visitaba, de vez en cuando les hacia uno que otro regalo como para suplir su ausencia.
Y su esposa no había muerto, se había ido con otro.

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